
La fuerza por la boca
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Revuelo en el Ala Oeste en cuanto Biden comenzó a salirse del guion en su visita a Polonia. Primero cuando llamó «carnicero» a Putin y luego cuando sugirió la imperiosa necesidad de que se marche del Kremlin. A los veinte minutos, el secretario de Estado Blinken venía a sugerir que Biden no quiso decir eso porque, entre otras cosas, «EE.UU. no tiene ninguna estrategia para el cambio de régimen en Rusia». El error presidencial es evidente, primero porque si no hay estrategia para forzar la salida del autócrata ruso y solo se trata de una invención imprudente que puede valerle como excusa a Putin para multiplicar su ira bélica; y segundo porque si la hay, la torpeza es mucho mayor
porque está enseñando las cartas al enemigo. Tampoco ayudó que el presidente de Estados Unidos llamase «carnicero» a Putin en uno de sus discursos polacos, primero porque seguramente es un insulto para el honrado oficio de los comerciantes de carne, que probablemente no quieren ser comparados con un criminal de guerra de manual; y segundo porque cuando uno está en puestos tan relevantes debe ajustar mejor el registro que utiliza. No se le pide a Biden que hable como si estuviera dando una conferencia en Yale pero tampoco como si se acodase en la barra de la cantina de oficiales de un cuartel en San Antonio, Texas, un día de paga. Ayer Macron le recordó a su homólogo estadounidense que ese exceso verbal es inconveniente pues el francés quizá sea el dirigente que mejor conoce (larguísima mesa mediante) al Putin de estos días. Biden había cogido últimamente un cierto vuelo como líder en las encuestas de opinión. Había salido de esa aparente siesta cíclica en la que lleva sumido desde enero de 2021, mostrando estos días una determinación casi insólita en quien en el trumpismo se le conoce como ‘Sleepy Joe’. Una cosa es no dormise y otra despertarse y que se te caliente demasiado la boca.
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