
Jesús Nieto Jurado: Pedro Antonio
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Pedro ‘Antonio’ Sánchez, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había. Quizá una sombra sobre el Maeztu, quién sabe. Lo que sabemos, aparte de mi ‘revival’ del ‘Romance de Abenámar’, es que Sánchez ya reverencia a Mohamed VI, después del desplante moruno y la historia que ya conocemos. Si la Fiscalía depende de Él, la diplomacia, esa vieja dama, no iba a a ser menos. Que el alauita nos tenga cogidos por salva sea la parte es notorio, pero que Pedro ‘Antonio’ Sánchez se nos vuelva más genuflexo, que se pase la Geopolítica por el pinarillo de La Moncloa, es otro nivel. No lo llaman a las citas importantes, y eso que, como el Mocito Feliz,
persigue cansinamente a Biden por los pasillos para sacarse ese retratito; como el de mi padre con Juan Carlos en el recibidor de la casa familiar.
Pedro ‘Antonio’ Sánchez es así: una cosa y la contraria, y obviar a la Jefatura del Estado es costumbre ya de la casa. De protocolo mejor ni hablar. Eso lo guardan para los de Cuelgamuros.
Lo de menos es que Rabat nos vacilara filtrando la carta o la chapuza de su forma y contenido, que la Historia dice que en la otra orilla saben más de nosotros que nosotros mismos, y no precisamente menudeces. Lo peor es la sombra de quienes «muchos ven trazos» (Herrera ‘dixit’) de estar detrás de la cartita de paz y amor y adiós al Sahara: ZP el protochavista y M. Á. Moratinos, gibraltareño de pro.
España tuvo un imperio y ahora tiene un carajal en Exteriores y en Interiores. A P. ‘Antonio’ lo quiere mucho el presidente Imbroda, porque las fronteras no son nada y Melilla ya no es lo que era, como cantaba aquella copla legionaria. Ceuta y Melilla y Canarias serán, para P. ‘Antonio’, lo que toque que sea: la cuestión es que la cartita al ‘satrapín’ de abajo le despeja los saltos del hambre a Marlaska, otro que tal.
Los bandazos de Sánchez son épicos y nos tienen a verlas venir. El polvo del Sahara sobre Madrid nos avisó de algo; es imposible, me confesó Manolo Alcántara, entender al «chavea este».
Y no estamos para ser augures de una veleta.
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